Que preciosa historia
la de Ana, ella una mujer estéril que pidió al Señor un hijo y Este se lo
concedió, por ello le puso el nombre de Samuel: “hijo pedido”, o también, aquel
sobre el que ha sido invocado el nombre de Dios.
Hemos escuchado como
primera lectura un breve relato de la historia personal de Ana, el día en el
que dejó de dar de mamar a su hijo Samuel. Las mujeres en aquel tiempo solían
dar de mamar a sus hijos largo tiempo, tres años. Y el día que lo destetaban se
hacía una fiesta familiar. Samuel es hijo de la plegaria y de la gracia.
Al final de la
lectura hemos escuchado el cántico de Ana que nos habrá recordado seguramente
el cántico del Magnificat, momento en
el que María se siente dichosa porque el Señor está con ella. María de Nazaret,
mujer creyente, conoce la Escritura, la ha aprendido en el hogar de labios de
sus padres, Joaquín y Ana, la ha escuchado en la sinagoga.
La historia de la
salvación que nos presenta la Sagrada Escritura se ve muy reflejada en Ana y
María, mujeres sencillas, humildes, pobres. Como dice San Pablo: Lo necio del mundo lo ha escogido Dios para
humillar a los sabios, y lo débil del mundo, lo despreciable, lo que no cuenta,
para anular a lo que cuenta (1Cor 1, 27-28).
En esta bonita tarde
de verano en la que nos encontramos en esta bella iglesia, preparándonos para
la solemnidad de la Natividad de la
Virgen María, bajo la advocación de Nuestra
Señora de San Lorenzo, patrona de Valladolid, disponemos nuestro corazón
para que pueda sintonizar con el corazón de María, Madre fecunda, con el
corazón de Jesús, que palpita cordialmente por cada uno de nosotros.
Todas las lecturas
que hemos escuchado hoy nos hablan de Santa
María como esclava del Señor.
Siempre que leamos la
Biblia la tendremos que leer varias veces para poder entender claramente lo que
esta Palabra viva de Dios nos quiere decir. Aun así no será suficiente y
tendremos que escuchar lo que los maestros nos pueden enseñar. Es decir, la
Biblia dice mucho más de lo que aparentemente leemos en una primera lectura;
quiero decir, por ejemplo, que el calificativo “esclava” no lo podemos entender
como un sometimiento, como si alguien tuviera como propiedad a alguien sin
dejarle expresar libremente.
María se autodenomina
así, “esclava del Señor”, se siente totalmente vinculada a Dios. En el relato
de la anunciación que acabamos de escuchar precisamente ella hace un acto de
fe, se fía totalmente del Señor y con los ojos cerrados, icono de la fe, se
deja llevar por esa fuerza que le fecunda y le llena. No sabe muy bien en qué
consiste pero se fía. El Espíritu del Señor le acompañará y le hará dar botes
de alegría, con el deseo de anunciar la Buena Nueva.
El papa Francisco en
su exhortación Evangelii Gaudium nos
dice al respecto: “Ella es la mujer de fe, que vive y camina en la fe, y su
excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante
para la Iglesia. Ella se dejó conducir por el Espíritu, en un itinerario de fe,
hacia un destino de servicio y fecundidad” (287).
Ella será presa del
Señor para siempre. Paradójicamente, esa esclavitud le hace libre, dichosa,
alegre, discípula, Madre de Dios y de la Iglesia.
En esta actitud de
María como esclava nosotros también podemos ver la cualidad del servicio que
lleva consigo el ser cristiano. Los hijos aprendemos de la educación de
nuestros padres. María, como su Hijo Jesús, son maestros del amor y del
servicio. Las dos cualidades presentes en la Eucaristía: amor de Dios que se entrega
por nosotros y que se expresa en amor al prójimo, en servicio, en: “haced esto
en memoria mía” (Lc 22, 19), “haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5), o “lo que yo
he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13, 15).
María es esclava del
Señor porque es todo para ella, porque sabe que “su gracia vale más que la
vida” (Sal 62). Para ella Dios es sobre todas las cosas y hacer la voluntad de
Dios es lo que más desea. Lo contrario no lo conoce. El pecado no ha podido con
ella; el Señor le ha preservado y ella inmaculada ama y se deja amar, por eso
nosotros tenemos la seguridad que en María tenemos una Madre común que nos
cuida, que nos protege, que nos lleva hacia Jesús, porque hay muchas cosas en
la vida que nos despistan, que nos aturden, que nos disipan. La
superficialidad, la tibieza, la intransigencia, etc…
Nosotros
vallisoletanos, que nos sentimos devotos de la Virgen, hijos de María, le
pedimos esta cualidad de María para nosotros, que cada día seamos más del Señor
y menos de nosotros mismos. Que nos apeguemos más al Señor, que nos adhiramos a
su causa, y nos despeguemos de la indiferencia. Que seamos creyentes
auténticos, evangelizadores desde la fe y la alegría, que a nuestro alrededor
crezca la buena semilla del Reino.
María, Nuestra Señora
de San Lorenzo, escucha las súplicas de tus hijos que devotos acuden a ti,
acoge su oraciones, sus plegarias, sus acciones de gracia. Acércanos cada día
más a Jesús. Que así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario