Por el bautismo entramos en la Iglesia. La pila bautismal se
puede asemejar al útero materno que no deja de engendrar hijos, hijos de Dios,
hijos de la Iglesia.
“El bautismo es un don de Dios para el hijo y también para los padres. Los padres
han de ser conscientes de que al pedir el bautismo para sus hijos, se
comprometen a educarlos en la fe, a través de la palabra y del testimonio de su
vida; para ello cuentan con la ayuda de los padrinos, la comunidad cristiana,
la escuela católica y la enseñanza religiosa escolar” (n. 3 DIC)
Por medio del sacramento de la confirmación recibimos el don del
Espíritu Santo, que fue enviado por el Señor sobre María y los Apóstoles el día
de Pentecostés. Por esta donación nos configuramos más perfectamente con Cristo
y nos fortalecemos con su poder para poder dar testimonio de Cristo y edificar
su Cuerpo en la fe y en la caridad (cf. RC 1, 2)
Por el sacramento de la
Eucaristía nos unimos íntimamente a Jesús y a su Iglesia: al
comulgar su Cuerpo y su Sangre, nos adherimos muy estrechamente a su Vida. La
vida de fe es una vida de compromiso, puesto que al recibir al Señor tenemos
que dar testimonio de su presencia dentro y fuera de nosotros.
Todos estos sacramentos están íntimamente unidos entre sí. Ya desde los
recién casados, o incluso desde antes, cuando se comienza a pensar en un
proyecto para la vida de una pareja en la que Dios tiene cabida, hay que
desarrollar ese germen de fe que Dios ha depositado en nosotros. La vida
comienza así, minúscula, pero gracias a nuestra disponibilidad el Señor obrará
maravillas (cf. Lc 1, 49).
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