miércoles, 9 de abril de 2014

SOLEMNE TRIDUO EN HONOR DE CRISTO CON LA CRUZ A MARÍA - DÍA 2º


            Nabucodonosor ha mandado erigir una estatua que no representa a Dios. Exige su adoración pero él no la adora. Es una estatua que representa el poder, por eso reivindica a los funcionarios judíos que la adoren, sin embargo no les pide que dejen de adorar a su Dios, sino que ejerzan la idolatría, que adoren un ídolo mandado construir por él que es el emperador. Para ello apelará a la obediencia, a la amenaza, a la sensatez de los jóvenes que deben reconocer que no existe otro poder más grande que el del rey.
            Es la tentación que nos persigue desde el principio, la idolatría, el ponerse en el lugar de Dios. Hoy una parte muy amplia de nuestra sociedad pretende desplazar al Señor de nuestra cotidianeidad, pues a Él –como dice Santa Teresa de Jesús- “se le puede encontrar entre los pucheros”. Dios centro de la vida puesto que Él es creador especialmente de vida es relegado a otras estancias que pretenden ser más intimistas, más personalistas y con menos relación con las raíces propias de nuestra cultura. Lo decíamos ayer, Cristo es anonadado, es humillado, podríamos decir coloquialmente que va con el sueldo, es decir, es una de las condiciones de la Encarnación.
Pero mientras el hombre que vive de espaldas a Dios y vive “como” condenado, puesto que no gusta de la presencia del Señor, ni lo busca ni se lo encuentra, se pone él en el centro de la existencia como creyendo, como muchos que nos precedieron en la fe, que el Mesías ha de ser poderoso. Esta imagen claramente choca con el rebajamiento de Dios hecho hombre en Jesucristo y que hoy contemplamos en el descendimiento de la cruz, salvación para unos, nosotros, y escándalo, para otros. Ahí está Dios, ¿quién es el majo que ahora se pone en su lugar? ¿Por qué siempre son tan fáciles las cosas cuando se ve desde la cúspide, desde la gloria, desde el triunfo, desde el poder? ¿Quién se identifica con este cuerpo de Cristo ahora ultrajado?

            Pero en medio de esta situación surge el testimonio unánime de tres jóvenes que solo adoran al Dios del cielo. Este testimonio de fe los lleva a la situación de poder perder la vida. Los jóvenes entonan un cántico de adoración al Señor que contrasta con la adoración muda que debía presentarse a la estatua. El culto al Altísimo es el sacrificio y la alabanza de sus fieles al Señor, presencia salvífica; mientras que la idolatría llevaba a solo música y terror.
            Por eso ha habido y hay personas que sí han sabido ponerse en el lugar de este Cristo y en ellos y sus cuerpos se han podido vivir las mismas o parecidas experiencias que vivió Cristo. Es numeroso el martirologio de la Iglesia, concretamente de la Iglesia en España. Pero hay muchos cristianos, también hoy, que en sus vidas se repiten hechos como los que se han cometido con Cristo, quizá no golpes físicos, pero son ultrajados de forma psicológica o física: la pobreza, la miseria, el abandono, la humillación y el vacío, la enfermedad, el paro, el desahucio, la intolerancia, la injusticia, la rabia, el rencor, el estar por debajo de razones, el poder, la separación matrimonial, la muerte, el alcoholismo, la drogadicción, el sida, el cáncer, el aborto, el abandono de los hijos, la cárcel, etc. etc.
            Sentir y sobre todo gustar los efectos de la cruz del Señor es un don, es una gracia; lo podemos vivir continuamente, en la vida cotidiana. Es fácil desearlo delante de una meditación o de la oración, lo duro, lo difícil, o lo fácil de olvidar es cuando nos llega y nosotros –como estos jóvenes- tenemos la ocasión de alabar al Señor. Ahí, es cuando verdaderamente se notará nuestro apego a la Pasión del Señor, la prueba del nueve de nuestra fe. Vivir la cotidianeidad de nuestra fe es lo verdaderamente difícil porque como hemos escuchado en la Palabra hay muchas cosas que la sociedad nos ofrece y nos seducen, si las pensáramos más despacio nos daríamos cuenta lo antievangélicas que son y las rechazaríamos. Por eso San Pablo, que vive desde el apego a este Cristo, también así en esta condición, se atreve a decir: “para mí vivir es Cristo y el morir es ganancia” (Flp 1, 21), “pues todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3, 8).
            Pero hemos escuchado que la revelación de Dios muestra a este rey poderoso, Nabucodonosor, sus propios límites, Dios, su poder, es infinitamente superior al poder humano, puesto que es capaz de librar de la muerte, para dar la vida y para intervenir en la historia en favor de sus fieles.
            De ahí que recemos el salmo que invita a la bendición de Dios siempre. Y de ahí que aunque ahora miremos este cuerpo muerto, sabemos que el Padre nos lo devolverá con Vida para siempre. La muerte será vencida.
            El Evangelio nos ha presentado la típica discusión entre Jesús y los judíos que habían creído en Él. Estamos hablando de gente entusiasmada y con el movimiento creado en torno a su persona. Hablamos de un entusiasmo inicial siempre fácil dada la personalidad de Jesús de Nazaret. Lo podemos ver también en nuestros días.
Es necesario pasar de una fe inicial entusiasmada, que acepta a Jesús como Mesías profético, a la auténtica confesión adecuada de la fe cristiana, que le reconoce como Hijo de Dios. Esto se expresa en labios de Jesús afirmando la necesidad de permanecer en sus palabras (Jn 15, 1ss), llegar a descubrir la verdad completa –relacionada, por supuesto, con Él mismo, que es la verdad- para lograr la libertad que dicha verdad procura.
La esclavitud a la que se refiere Jesús es la originada por el pecado. La libertad de la que habla Jesús tiene su origen en Dios.
Vivir esclavos del pecado es como vivir alejados de Dios, vivir en des-Amor. No solo somos corazón, también somos mente y también acciones, la suma de estas tres configuran nuestras personas. Adherirnos a Cristo, conocerle, nos invita a la identificación interna y plena de su Persona, a ser como Él: ser para los demás, pero no como si de voluntarios de ONG´s se tratara, sino como cristianos, como otros Cristos para los demás. Dios, también, ha puesto su esperanza en nosotros, ha hecho un pacto, que Jesús realizó para siempre en la entrega de su propia vida y que recordamos y conmemoramos cada vez que celebramos la Eucaristía.
María, Virgen de la Piedad, ayúdanos a acoger a tu Hijo en nuestro interior. Que mirando tu imagen nos mueva al amor del Señor, a relativizar tantos aspectos de nuestra vida superficial y a buscar el centro de nuestro amor, que desea estar, como para ti, en el corazón de Cristo. Amor apasionado que centrará todos nuestros amores y relaciones: familia, amistades, compañeros de trabajo, hermanos de comunidad cristiana o parroquial, etc. 
Gracias, Señor, por José de Arimatea y Nicodemo, en ellos percibimos el buen hacer de la acogida del Señor, del desprendimiento, especialmente el testimonio y el no dejarse llevar por el qué dirán que tanto tira de nosotros hacia atrás. Ayúdanos a la conversión. Así sea.

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