A
propósito de la muerte de ..., me gustaría hablarles del Dios sensible, del
Dios que se puede sentir, aunque no le veamos pero que está ahí. Es Alguien que
vive dentro de nosotros, no es cuestión de ir tras Él, está dentro de nosotros,
somos parte de Él, de su cuerpo, le importamos más de lo que nosotros pensamos.
A lo largo de estos días, desde que
supe la noticia de ....., su situación terminal, he tenido un sentimiento
constante; he percibido de manera muy fuerte la presencia del Dios sensible del
que les estoy hablando, de Aquél que hace tanto por ti y por mí. Nunca sabremos
hasta qué punto, pero esto es así.
Ustedes podrán pensar que es una
apreciación personal y muy subjetiva; es verdad, con este prejuicio parto, pero
los hechos ocurridos no solo ahora, sino desde hace ya tiempo me hacen pensar
así.
Muchos de nosotros seguimos mirando
al cielo con la esperanza de que allí estén las soluciones a todas nuestras
preguntas, a todos nuestros problemas. Miramos esperando ver una manifestación
mágica de la presencia de Dios que nos ayude a corroborar la fe que nos han
transmitido (nuestros padres, en la parroquia, en la escuela) desde siempre,
necesitamos una prueba evidente que revele más que lo que nos revela Jesucristo
ya a través de su Palabra. Si seguimos pensando, sintiendo así, esperando que
allí esté el final de todos nuestros males, todas las respuestas a nuestras
preguntas, seguiremos viviendo como engañados –porque los sentidos a veces nos
engañan- puesto que hemos podido hacer –sin querer- un Dios a nuestra medida, a
nuestra imagen, acomodado a nuestras necesidades.
Dios es sensible con el sufrimiento
humano y ni se aparta ni abandona, está –ciertamente- desde el silencio acompañando,
sufriendo, consolando. Pero ojo, lo hace a través de sus miembros que le
permiten: ver, oír, tocar, oler y gustar. Esos miembros, parte de Él mismo,
somos todos nosotros.
En esta línea podríamos decir que la vida de los hijos
no se identifica por ser hijos y ya está, recibirlo todo de los padres y ya
está. El crecimiento de los hijos va llevando a una madurez no solo de sus
personas sino, también, de la relación que mantienen con sus padres. Esa relación
requiere “toma y daca”: corresponsabilidad a la filiación, al sentirse hijos,
al amar y ser amados.
La relación de Dios contigo, hijo de Dios, pasa por la
corresponsabilidad en relación a su Amor. Aunque, ciertamente Él nos ama por
encima de si nosotros le amamos. Dios no es como un niño que se enfada si no se
le ajunta. Pero nosotros al no amarlo no lo reconocemos. En las personas que sí
lo aman, se aprecia, se siente esta clave de la que les hablo que es
manifestación de Dios, porque viven de forma desprendida y aceptando lo que el
Señor les dé, en este caso, a través de una madre a la que se le ha sentido en
muchos momentos muy fuerte, pero que en los últimos momentos parecía más débil.
Y Dios ha estado ahí, cuando cualquiera de nosotros le
hemos escuchado, le hemos mostrado atención, le hemos hecho participar en
nuestras conversaciones y en nuestro hogar, en nuestro tiempo libre. Para .... la parroquia ha sido un lugar no solo de refugio, sino de reconocimiento de la
presencia de Dios, de alegría, de fortaleza, de esperanza, de silencio, un
lugar donde se ha sentido acogida y escuchada.
El Dios del que les hablo no es el “dios desconocido”,
fabricado por encargo, de madera o de acero, el Dios del que les hablo es el
“Dios de Jesucristo”, nuestro Dios, en quien creemos. No es un dios de peanas
sino que está entre nosotros. Dios es abierto, y no cerrado, es un Dios que
abraza, llora, consuela, es ternura, es comprensión; dedica todo su tiempo a
nosotros y nosotros, ¿cuánto le dedicamos a Él?
Ciertamente puede resultarnos desconocido, pero no
porque use mil un disfraces, porque sea huidizo, tímido, y no se deje abordar; sino
porque su presencia es real y porque ella muchas veces no nos gusta, por eso
nos cuesta reconocerle, admitirle entre nosotros; preferimos seguir andar por
nuestra vía, aunque esta muchas veces conduzca a una vía sin salida, a una vía
muerta.
Este sentir a Dios nos ha de dar un
sentido común. Es decir, caer en la cuenta en algún momento de nuestra vida, no
esperemos mucho tiempo porque pasará el tiempo, y pasará por nosotros esta
corta vida, para preguntarnos sinceramente por el sentido de nuestra vida. Qué
es lo que merece la pena y lucharé por ello, qué no merece la pena y lo
consideraré basura.
Son momentos estos muy tristes,
profundamente tristes, pero desde la fe, solo se pueden vivir con alegría,
porque me atrevo a asegurar que para ..... –al final- su vida sí ha tenido
sentido porque ha estado rodeada del amor de sus seres queridos, y en medio de
ello estaba el Señor amándola y amándonos.
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