domingo, 26 de enero de 2014

San Enrique de Ossó - patrono de los catequistas

En noviembre de 1998 la Sagrada Congregación  declaraba patrono de los Catequistas españoles a San Enrique de Ossó y Cervelló, sacerdote español del siglo XIX. Algún catequista se habrá preguntado, quizás, quién fue este Enrique de Ossó, y en justicia hemos de presentarlo.

Nació en Vinebre (Tarragona) en 1840 y murió en Gilet (Valencia) en enero de 1896. “El amor a Jesucristo le condujo al sacerdocio, y en el ministerio sacerdotal Enrique de Ossó encontró la clave para vivir su identificación con Cristo y su celo apostólico”, durante los difíciles años del Sexenio Democrático (1868-1874)  y de  la Restauración monárquica española (desde 1875).
La ciudad de Tortosa (Tarragona) fue el escenario principal de su acción durante los primeros años de sacerdocio, extendiendo, después, su radio de acción a otras diócesis de Cataluña y del resto de España.
ENRIQUE DE OSSÓ CATEQUISTA

Tenía alma de maestro. Desde niño había manifestado el deseo de serlo “porque esto es cosa que muchas almas lleva a Dios”. Pero a la muerte de su madre en 1854, se siente llamado al sacerdocio, comprometiéndose ante la Virgen de Montserrat con una fórmula personalísima, que anuncia su misión futura: “Seré siempre de Jesús, su ministro, su apóstol, su misionero de paz y amor”.
En los años de seminarista en Tortosa y Barcelona su vida fue sencilla. Estudio intenso, vida de piedad y oración  diaria,  retiros frecuentes en la soledad, práctica de la caridad con los más necesitados, y catequesis informal,  organizada espontáneamente por el seminarista durante las vacaciones de verano en su pueblo de Vinebre. El interés y la simpatía por los más pequeños, le llevan naturalmente a ponerles en contacto directo con Jesús, a  hacerles conocer y amar a Jesús, el mejor amigo. Y desde Jesús,  les enseña a rezar a Dios Padre.
Pero cuando Enrique de Ossó se revela como catequista fue a partir de 1869, la época más conflictiva de todo el siglo. El joven Enrique había sido ordenado sacerdote dos años antes y destinado como profesor del Seminario  de Tortosa, al que dedicó  entusiasmo y energías pastorales durante el primer año. Pero la Revolución de Septiembre de 1868  paralizó la vida  religiosa de aquella ciudad, hasta el punto de tener que cerrar el Seminario diocesano. Enrique de Ossó se retiró a su pueblo natal de Vinebre. En aquel obligado retiro de un año pudo compaginar la oración, el estudio, los paseos largos y la catequesis a los niños. Seguramente durante aquellos meses, Enrique de Ossó reflexionó largo sobre la situación de la sociedad española, y pensó ya entonces en la necesidad de regenerarla.   Por fin, en octubre de 1869,—tras elobligado año sabático  en Vinebre— regresa Mosén Enrique para  reanudar el curso académico 1869-1870. Y entonces el Obispo le hace una encomienda, que él mismo cuenta: 


“Nos hallábamos a raíz de la revolución de septiembre, a la que algunos han dado en llamar la gloriosa, con la misma justicia que a Escipión se le llamó africano, cuando nuestro celoso prelado, el Dr. Benito Vilamitjana y Vila ordenó me encargase de la enseñanza metódica y constante de la Doctrina cristiana a los niños”.

Desde el primer momento, Enrique de Ossó se entrega con ilusión  a la misión encomendada. Pone en juego sus dotes de maestro, de apóstol creativo y  de organizador. Y en 3 años la ciudad de Tortosa y sus arrabales no tiene más remedio que  reconocer la influencia benéfica en los niños y, a través de los niños, en las familias y aun en la misma sociedad. El joven Ossó había sabido  ganar  para esta empresa de la catequesis y comprometer en ella a  bastantes sacerdotes, “algunos maestros y maestras y laicos piadosos” y, sobre todo, a muchos estudiantes del Seminario en quienes estaba despertando el gusto y la vocación  por esta misión de la Iglesia.
No era un momento fácil para la catequesis. Junto al desconcierto político y las ideologías anticlericales, la Iglesia tampoco vive su mejor momento. No sólo se ha perdido legalmente “la unidad católica”, que no se volverá a recuperar, sino que la mayoría católica vive una religiosidad de devociones, sin profunda conciencia cristiana y sin compromiso temporal. Prácticas devocionales múltiples, piedad popular superficial, gran ignorancia religiosa. “Es lo más desconsolador en nuestros días —dice Enrique de Ossó— la falta del conocimiento y amor de Jesucristo […]. Se oye pronunciar el nombre de Jesús como si fuese una persona extraña. Los cristianos no saben qué significa serdiscípulo de Cristo, desconocen su realidad bautismal, la grandeza y la dignidad de ser hijo de Dios. Por eso viven sin coherencia, y expuestos a las corrientes ateas. Sin razones para creer, son más vulnerables al error, a cualquier ideología laica.
La mayoría de los sacerdotes  tienen escasa formación teológica y poca  preocupación pastoral.  Han abandonado la catequesis y la educación cristiana  del pueblo, ocupados en componer una predicación vacía y retórica  que no evangeliza.  Muchos de ellos sólo aspiran a capellanías privadas,  canonjías y beneficios. Además, por su ignorancia,  son motivo de mofa y ridiculización de los sectores más anticlericales.
Enrique de Ossó es consciente de esta situación de la Iglesia y actúa coherentemente.  Cree en la eficacia educativa y evangelizadora de la catequesis, y quiere comprometer a otros, contagiándoles sus convicciones y su entusiasmo. Sabe que “la enseñanza y explicación del Catecismo es una función esencialmente sacerdotal, que no se puede abandonar a ningún seglar, aunque estos pueden ser también excelentes colaboradores”, pero ha tenido la dolorosa experiencia del desinterés de  “muchos de ellos que, por la edad o múltiples ocupaciones, se hallan impedidos de poder consagrarse con constancia a la enseñanza catequística”. En realidad la razón profunda es más grave:
“¿Cómo aceptar con gusto lo que promueve y aumenta los intereses de Jesús un corazón que solo busca los suyos? ¿Cómo recibir con agrado lo que da a conocer y amar a Jesucristo, un alma que no le conoce a penas y no le ama?”.
Por eso Enrique de Ossó acude a los jóvenes que se preparan para el sacerdocio. Desde que asumió la dirección de la Asociación Catequística, la obra va in crescendo. Buena respuesta de los catequistas: “Empezamos con algunos jóvenes seminaristas”, nos cuenta él mismo. Y éxito total con los niños y las niñas de Tortosa y arrabales: “a los pocos días reunimos como unos quinientos entre niños y niñas. Siguió su marcha progresiva, y al despedirnos para ir de vacaciones contábamos cerca de ochocientos”. Al curso siguiente (1870-71), “fue más numerosa la asistencia, porque andaba mejor organizada”. ¡”Ocho secciones catequísticas”!. En la fiesta de final de curso “se repartieron confites a cada uno de los más de mil quinientos niños allí reunidos”.
En octubre de 1871 “de ocho, subieron a doce las Catequísticas”. Para estas fechas está ya redactado un Reglamento completo, que nos da idea de la intensa actividad catequética en la ciudad de Tortosa.  Hay muchos catequistas, organizados por secciones y niveles en torno a las doce  parroquias o iglesias donde convocan a los niños. Todos los catequistas se reúnen una vez a la semana para evaluar las sesiones dominicales y rectificar los fallos, preparar conjuntamente la sesión de catequesis, estudiar juntos algún aspecto doctrinal, programar actividades conjuntas, orar juntos en cuanto catequistas, proponer y aceptar nuevos miembros activos, etc. Increíble tanta actividad, y además, realizada en equipo. Increíble tal organización y creatividad, si no lo viéramos escrito. El Reglamento incluye orientaciones metodológicas y didácticas,  describe cómo debe ser y cómo debe hacer el educador catequista, y cuáles han de ser sus estrategias pedagógicas: “Es necesario hacerse amable…”, “es absolutamente necesario cautivar la atención de los niños”, “hablando poco el Catequista, y haciendo hablar a los niños”.   
En  una época en la que la actividad catequética apenas se cultiva en las parroquias, tiempos en que los sacerdotes prefieren otros ministerios de mas prestigio y beneficio, sólo un  catequista convencido como  Enrique de Ossó, maestro nato, tiene la creatividad y el tesón necesarios para  sacar a la catequesis  de la crisis en que se encontraba y del desprestigio. Mosén Enrique  pone todos los medios a su alcance para revalorizar una misión tan importante, y lo consigue. Con esta finalidad redactará y publicará la Guía Práctica del Catequista , y con este fin proyectaba ya, por esas mismas fechas,  una  liga o federación catequística, con revista mensual, que aglutinara a todos los catequistas españoles
ENRIQUE DE OSSÓ FORMADOR DE CATEQUISTAS: 
 “La Guía Práctica del Catequista”.
El director de la Asociación Catequística de Tortosa publica, por fin,  en agosto de 1872, su primera obra, titulada “Guía Práctica del Catequista en la Enseñanza metódica y constante de la Doctrina Cristiana”. Dos cartas del autor, al que iba a ser su censor, son la mejor presentación de este breve tratado de Catequética. La primera está escrita en julio:
“Mi buen amigo: ahí va con la bendición de Dios mi primer ensayo. No lo mire con pasión como su autor, por eso corríjale sus defectos sin ningún miramiento. El original es tal como lo escribí la primera vez. Conozco debía limarse y darle en algo más orden, pues escrito está en varias épocas, y no siempre estando el ánimo libre y tranquilo”.
En la segunda carta, de agosto, se ponen de relieve los defectos de redacción ya advertidos, y que no le han pasado desapercibidos al censor. Defectos comprensibles,  pues estamos ante la obra novel de un catequista, y no de un teórico de Pastoral: 
“Recibida su censura con agradecimiento. Es verdad: mi obra no es releída, pues en varios tiempos fue compuesta, y como soplaba. Deb[er]ía refundirse, pero no hay tiempo. Si hacemos la 2ª edición la corregiré otra vez .[…].
Otro día le mandaré mi proyecto de liga, federación o Apostolado de la catequística por toda España. Lo tiene mi Sr. Obispo, y espero su censura. Habría hasta Revista catequística como lazo de unión…”.
 La Guía Práctica del Catequista  es un libro que nace de la experiencia y  que quiere llevar a otros a la experiencia de catequistas.  El Autor se presenta a sí mismo comoCatequista y como Guía de catequistas, precisamente porque él  ha recorrido antes el camino.
La obra es el  fruto de una reflexión sobre la misma práctica, de la que nace una pedagogía y una orientación didáctica. Robando tiempo  al sueño,  ha confrontado los frutos con los criterios  de acción y las finalidades de la catequesis. Ha leído algunos autores que ratifican su experiencia. Ha llegado a unas convicciones personales muy profundas y, por eso, después de 3 años de experiencia reflexionada, Enrique de Ossó considera que ha llegado el momento de publicar una Guía práctica. Una Guía  que servirá  no sólo a sus catequistas de Tortosa, donde ha hecho escuela,  sino  a otros  catequistas a quienes no podía llegar directamente su magisterio:
“…Son reglas ya probadas, y que las recomienda como muy excelentes la experiencia de algunos años […]. Pruébalo, si en tu pecho arde una centellita siquiera de amor a Jesucristo”.
Leído este libro, 125 años después de su redacción, no podemos menos de reconocer sus méritos y sus límites. La obra tiene muchos defectos técnicos y literarios y,  sobre todo, está lejos de nosotros el momento cultural y eclesial en que se escribió. Pues ni las categorías culturales y teológicas, ni la visión de Iglesia, ni la antropología, ni los planteamientos pastorales de entonces son los nuestros. Sin embargo, treinta años después del Vaticano II,  la Guía Practica del Catequista  sigue hablando del corazón de fuego de Enrique, del apóstol apasionado por Jesús y por la persona humana. Y su lectura sigue contagiando a los catequistas y evangelizadores de hoy, especialmente a los jóvenes. Las actitudes interiores y las cualidades pedagógicas del educador nato que fue Enrique de Ossó, siguen llegando al corazón de muchos catequistas. Y con sus lecciones prácticas, Enrique sigue enseñando a muchos a ensayar algunos recursos didácticos especialmente eficaces según su  propia experiencia. 





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