lunes, 6 de enero de 2014

Homilía - La Epifanía

Hoy es el día de la Epifanía, el día en el que reconocemos que el Señor se ha manifestado. Verdaderamente Dios se ha manifestado y ¡cómo se ha manifestado!
Durante todo el tiempo del Adviento, los cristianos de todo el mundo nos hemos querido preparar para este magnífico hecho que sabíamos, de antemano, que se iba a dar. Sabíamos, por otras veces, por la primera vez: cómo acontece y dónde acontece, quiénes informan, cuáles son los signos, las señales, los personajes, los diálogos de unos y de otros; los que están a favor, y los que están en contra, los que esperan al niño para adorarlo y los que intentan descubrir la forma de eliminarlo. Sabemos quiénes son los primeros en enterarse y hasta de dónde nos llegan, de todas partes. Sabemos que acontece fuera de la ciudad, fuera de las murallas, en el margen de lo marcado por la sociedad. Pero, por favor, por saberlo todo, de toda la vida, dejemos hueco para la esperanza, pues también sabemos que se puede vivir dentro de uno mismo, en nuestro propio corazón; y esto es lo que perdura hoy, de un modo nuevo cada año, a cada momento. Navidad: ayer, hoy y siempre.
Hoy Dios en un niño ha vuelto a nacer, y hoy vuelvo a tener otra oportunidad de ponerme a sus pies, para adorarlo, es decir, para reconocer paradójicamente que en tan grande pequeñez está la inmensidad del Amor de Dios. Ha nacido por mí y por ti. Esta es la gran noticia: Dios nace en medio de un mundo que sigue -a veces- sin reconocer este único y sencillo mensaje. Seguimos imbuidos en el materialismo, del oro, el incienso y la mirra, y Él lo que mejor recibe es pasión, entrega, amor, servicio, ternura, paz, justicia, escucha, sensibilidad, donación, hechos,…
Ciertamente podemos encontrarle en todas las partes porque el Señor se ha querido encarnar en nuestro mundo, en nuestra propia historia, en nuestra propia persona, y también en la del que tenemos al lado. Encarnar quiere decir nacer en ti, nacer en mí, en un contexto, como puede ser el nuestro, el de nuestra familia, nuestro pueblo, nuestro mundo, nuestro trabajo, nuestra parroquia,… Así lo ha querido Él, y lo ha hecho por ti y por mí. Y miremos cómo es este mundo en el que hoy el Señor se manifiesta. No lo miremos para demonizar, para decir lo mal que está todo y cómo podría mejorar si… No lo miremos así porque si Dios ha querido nacer aquí y así es porque desea salvarte, a ti y a mí, en este mundo, en esta realidad. Pero tampoco seamos tan ingenuos como para no darnos cuenta de lo que hay. Miremos las personas, por dónde se mueven, qué sienten, qué piensan, cómo miran, cómo hablan, cuáles son sus principales intereses, si van o si vienen, o si ni se sabe,…
Y escucha en medio del ruido de este mundo, del cli cli cli de los teclados de tantos aparatitos, las risas, las carcajadas, de este niño Dios que ríe porque está alegre, pero que también llora porque es humano. Nos acompaña en todos los momentos de nuestra vida, no solo cuando nuestro estado de ánimo está pletórico, sino también cuando estamos plof. Dios es siempre. No desaprovechemos la oportunidad que nos brinda de reconocerle en la profundidad y no en la mediocridad.
El día en el que recogemos la foto de los Magos en el pesebre, reconocemos los pasos que muchos van dando desde la incredulidad a acercarse al Misterio que forman una sencilla familia en la que el Señor ha querido nacer. En este momento, en el que ellos quedan transformados, convertidos, por el camino duro, pero sobre todo por el mismo hecho que contemplan delante de sus ojos: el Amor hecho hombre. El día en el que se mezcla el olor a perfumes de reyes chinos o ingleses, olor a incienso, Dios desea manifestarse a todos nosotros desde el olor a humanidad.
Queridos hermanos acojamos esta escena y dejémonos interpelar por ella, si es así, acogeremos realmente, tal y como fue, al Señor en nuestras vidas, dejaremos de buscar y rebuscar como si fuera tiempo de rebajas. Miremos a María y a José, su mirada hacia el suelo nos hará caer en la cuenta de que la vida no es sueño ni ilusión: Dios ha nacido. Así sea.

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